España 2016. Reflexiones básicas de futuro.
Realidades
Son estos, días
de tópica y obligada felicidad, en los que, a la vez, uno tiende a relajarse
más de la cuenta y con ello a meditar sobre la situación política de nuestro
país. La reflexión me ha conducido, a la firme
y sincera convicción de que sólo
cabe una solución para salir del
complicado atolladero al que nos ha llevado nuestra clase política. Y me
refiero a la clase política incluyendo en ella a la totalidad de los partidos
políticos que conforman hoy nuestro “inestrenado” arco parlamentario. No
excluyo a ninguno de ellos. El Circo en el que han convertido la política de nuestro país es de todo punto injustificable. Desde la
izquierda ideológica, tradicionalmente ortodoxa de Izquierda Unida, más pendiente, en los últimos tiempos, de
salvar los muebles cambiando sólo a las personas, hasta las posiciones más radicales,
atemperadas con la cercanía de las elecciones, de Podemos. Un partido que no lo
es. Que carece de estructura alguna vertebradora de una opción creíble de
gobierno. Diseminada en otras tantas marcas tan indisolubles como el agua y el
aceite, pero todas ambicionando, sin límite alguno, tocar poder para celebrar
el "solsticio de invierno" en lugar de la Navidad o para consagrar
la igualdad de géneros sustituyendo a los Reyes Magos por "reinas
magas". La ingeniería social marxista no es nueva y vuelve ahora a perder
el respeto a toda tradición relacionada con las creencias religiosas. Con ello
tratan de ocultar su mensaje último. Occidente, del que formamos parte, es de
raíces cristianas como son sus valores y deben ser respetados y mantenidos. Por
el contrario lo que vemos últimamente es una intención espuria de destruir todo
lo relacionado con el cristianismo y ello supondrá, y sino al tiempo, la
destrucción de Occidente y de su cultura de valores. No olvidemos que
renunciar, o no defender, nuestros principios es comenzar a aceptar los suyos y
eso es lo que precisamente quieren los “podemitas”.
Más hacia el
espectro de centro, nos encontramos con una formación como Ciudadanos a la que las
expectativas de las encuestas y los medios, auguraban resoplar en el cogote a
Mariano Rajoy como segunda fuerza política, por delante de Podemos y PSOE,
siendo la llave de la gobernabilidad de una España necesitada de un gobierno
estable y que al final sus 40 escaños, un éxito sin duda, no terminan
sirviendo, por si solos.
Como
alternativa tradicional de gobierno, en el sentido más pragmático de lo que la alternancia en el poder significa, El PSOE,
de la mano de un flojo y mediocre, y parece que efímero, Secretario General, ha
dilapidado su fuerza de más de un siglo cosechando el peor resultado desde la
recuperación de la democracia en España. Eso sí, en la misma noche electoral,
sin pudor alguno Pedro Sánchez se atrevió a decir, aun no matizando en cuál de
los dos sentidos interpretable lo manifestaba, que "hemos hecho historia".
Con 20 escaños más Alfredo Pérez Rubalcaba tuvo la gallardía y la dignidad de
renunciar a la
Secretaría General de un partido llamado a gobernar.
Mariano
Rajoy, como presidente de un Gobierno que se ha visto obligado a conducir la
mayor crisis económica de nuestra
historia reciente, llevaba todas las papeletas para sufrir un profundo varapalo
electoral. Máxime partiendo de un resultado anterior a todas luces irrepetible.
Probablemente la crisis se veía más confortablemente desde las siempre cómodas bancadas
de la oposición que desde el centro del ruedo,
pero pudiendo ello ser así, el gobierno del PP si ha cometido otros
errores, de calado no tanto de gestión
económica y si más político durante esta legislatura. Le ha sobrado algo
de soberbia propia de las mayorías absolutas no bien gestionadas. Y le ha
faltado cintura política. Fina muñeca y mano izquierda para, desde una sólida
posición parlamentaria, haber podido concitar más consensos de los que
realmente se han producido. Vaya por delante que soy un convencido del
"cainismo” de nuestra clase política dirigente, que a diario acreditan la
sabiduría del sabio refranero español; "al enemigo ni agua". Ambos,
PP y PSOE, “en el pecado llevan su penitencia” por no haber sabido poner
fin a una corrupción galopante. Los
votantes se lo han hecho saber muy crudamente en las urnas.
Alcanzar la estabilidad política
En ese
escenario, sólo se me antoja una solución que pasa por aceptar que, en general,
lo mejor es enemigo de lo bueno y conveniente. A mi entender, España no se
puede permitir truncar la senda de la incipiente recuperación constatada
durante los dos últimos años de la legislatura concluida. Nuestro país precisa
de una irrenunciable estabilidad que posibilite que la recuperación ponga fin a
una crisis que sigue afectando a cientos de miles de españoles que viven en la
desesperanza producida por una tasa de paro insoportable para cualquier
sociedad moderna.
Esa solución
exigiría de una generosidad y altura de miras nunca fáciles de imaginar en
nuestros dirigentes y en los partidos políticos en los que militan. Por ello,
lo bueno: un pacto a tres entre PP, PSOE
y Ciudadanos, debería ser prioritario por delante de lo mejor -pero no posible
ahora-: una estabilidad parlamentaria natural conformada por parlamento sólido
de centro-derecha o centro-izquierda.
Es obvio que
esa solución, hoy compartida por muchos, tiene el riesgo de la brevedad desde
su propia conformación. Pero aun así, la apuesta, por el interés general de
España y de sus ciudadanos, merecería del esfuerzo de las tres formaciones
llamadas a llevarla a la realidad.
Visto desde
la perspectiva actual, la aprobación por el PP, tan criticada en su día por el
resto de fuerzas parlamentarias, de los Presupuestos Generales del Estado para
2016, representa, al menos, una cierta estabilidad en materia de gestión
económica, para el actual ejercicio. Ello permite aventurar que aun cuando el
pacto a tres que se defiende pueda durar sólo un par de años, al menos durante
ellos, habríamos conseguido la estabilidad, a la que no podemos renunciar, y
enviado un cierto mensaje de orden y concordia a los mercados financieros a los
que necesitamos como el agua para poder financiar nuestra elevadísima deuda. La
recuperación podría consolidarse y la reducción del paro continuar la tendencia
que hoy nadie discute.
¿Lo veremos?
¿Lo veremos?
No será fácil, a pesar de lo necesario del mismo, que ese pacto vaya a tomar
cuerpo y convertirse en realidad. ¿Por qué? La respuesta está en los
personalismos y sus debilidades. Rajoy, Sánchez, e Iglesias están anteponiendo sus intereses particulares
por encima de los intereses de España.
El primero,
porqué desde su posición de ganador, a pesar de lo insuficiente de su victoria,
se cree respaldado por los ciudadanos y legitimado para gobernar al ser la
fuerza más votada. No menos cierto es que tampoco quiera pasar a la historia
como el único presidente que no es reelegido para un segundo mandato.
Pedro
Sánchez, a su vez, se encuentra arrinconado en un cuadrilátero en el que está
recibiendo golpes de dentro y fuera del ring. Cuestionado en su propio partido
en el que no se han entendido bien ni el equívoco mensaje de la noche
electoral, “hemos hecho historia”, ni el hecho de aquella misma noche
postularse para ser reelegido Secretario General en un Congreso que no quiere
que se celebre tan cercano a su estrepitosa derrota, como establecen los
estatutos del partido. Se sabe finiquitado y está dispuesto a pactar con
cualquiera que le lleve a su única salida, la presidencia de un gobierno
inescrutable formado por todos los perdedores amalgamados en la sola ambición
de expulsar al PP del poder.
Iglesias
quiere hacer bueno, y suyo, el viejo refrán
de “de a río revuelto ganancia de pescadores”. Ha
sabido modular su discurso durante la campaña electoral y ha sido el verdadero
“triunfador” de estas elecciones. Se ha situado a rebufo de un Partido
Socialista al que confía fagocitar en el mar revuelto en el que España se ha
posicionado tras el resultado de las urnas del 20-D. Es consciente de la
fragilidad de Pedro Sánchez y de la posibilidad cierta de arrebatarle la
hegemonía de la izquierda en una nueva convocatoria si ésta se produce con
aquél como cabeza de cartel del PSOE. Ese riesgo de ver al partido como una
fuerza marginal en el futuro es el que estremece a los barones socialistas que
tiene claro ya que Sánchez no es el líder que pudieron imaginar rejuvenecería a
la formación.
Finalmente
Rivera si aprende del resultado obtenido y sabe administrarlo y mantenerse
dignamente en una oposición leal y madura, que, por otra parte le permita
vertebrar un partido de futuro y de talento,
pueda llegar a convertirse en una opción de equilibrio para los dos
grandes partidos nacionales que le asegure un protagonismo político a medio y largo plazo.
Consecuencias
La situación
es ciertamente preocupante y exige de posicionamientos decididos y valientes.
El PSOE es necesario para garantizar la estabilidad que nuestro país precisa. Si
Sánchez la pone en riesgo y dinamita la opción del pacto a tres entre PP,
Ciudadanos y ellos, será necesario, cuanto antes, cambiar de Secretario
General. Un 2016, de nuevo año electoral, tanto en el conjunto de España, como
en Cataluña, como parece irremediable pudiera suceder, sólo generará
incertidumbre e inestabilidad y ambas cosas producirán unos efectos
extraordinariamente perjudiciales para España y, sobre todo, para las clases
sociales más necesitadas de un proyecto de futuro que acabe con el sufrimiento
que vienen padeciendo desde hace más de un lustro.
Urge
resolver, también y de manera definitiva, el caos en el que se ha convertido la
realidad social de Cataluña y su relación con el resto de España. Políticos
visionarios e iluminados como Artur Mas, sólo conducen a la cronificación y
agravamiento de los problemas. Es inexplicable que la sociedad civil catalana
no haya sabido transmitir a su clase política la necesidad de abandonar
planteamientos imposibles que sólo sirven para que una región próspera vaya
languideciendo en un sueño mesiánico liderado por un visionario, que desde que
llegó al poder lo único que ha conseguido es calcinar todo aquello que ha
tocado y cuya única obsesión es salvar sus muchas responsabilidades y las de
sus mentores políticos que le precedieron en Convergencia y Unión.