7/1/16

España 2016 ¿Qué nos espera?



España 2016. Reflexiones básicas de futuro.
Realidades

Son estos, días de tópica y obligada felicidad, en los que, a la vez, uno tiende a relajarse más de la cuenta y con ello a meditar sobre la situación política de nuestro país. La reflexión me ha conducido, a la firme  y sincera convicción de que  sólo cabe una  solución para salir del complicado atolladero al que nos ha llevado nuestra clase política. Y me refiero a la clase política incluyendo en ella a la totalidad de los partidos políticos que conforman hoy nuestro “inestrenado” arco parlamentario. No excluyo a ninguno de ellos. El Circo en el que han convertido  la política de nuestro país  es de todo punto injustificable. Desde la izquierda ideológica, tradicionalmente ortodoxa de Izquierda Unida,  más pendiente, en los últimos tiempos, de salvar los muebles cambiando sólo a las personas, hasta las posiciones más radicales, atemperadas con la cercanía de las elecciones, de Podemos. Un partido que no lo es. Que carece de estructura alguna vertebradora de una opción creíble de gobierno. Diseminada en otras tantas marcas tan indisolubles como el agua y el aceite, pero todas ambicionando, sin límite alguno, tocar poder para celebrar el "solsticio de invierno" en lugar de la Navidad o para consagrar la igualdad de géneros sustituyendo a los Reyes Magos por "reinas magas". La ingeniería social marxista no es nueva y vuelve ahora a perder el respeto a toda tradición relacionada con las creencias religiosas. Con ello tratan de ocultar su mensaje último. Occidente, del que formamos parte, es de raíces cristianas como son sus valores y deben ser respetados y mantenidos. Por el contrario lo que vemos últimamente es una intención espuria de destruir todo lo relacionado con el cristianismo y ello supondrá, y sino al tiempo, la destrucción de Occidente y de su cultura de valores. No olvidemos que renunciar, o no defender, nuestros principios es comenzar a aceptar los suyos y eso es lo que precisamente quieren los “podemitas”.

Más hacia el espectro de centro, nos encontramos con una formación como Ciudadanos a la que las expectativas de las encuestas y los medios, auguraban resoplar en el cogote a Mariano Rajoy como segunda fuerza política, por delante de Podemos y PSOE, siendo la llave de la gobernabilidad de una España necesitada de un gobierno estable y que al final sus 40 escaños, un éxito sin duda, no terminan sirviendo, por si solos. 

Como alternativa tradicional de gobierno, en el sentido más pragmático de lo que  la alternancia en el poder significa, El PSOE, de la mano de un flojo y mediocre, y parece que efímero, Secretario General, ha dilapidado su fuerza de más de un siglo cosechando el peor resultado desde la recuperación de la democracia en España. Eso sí, en la misma noche electoral, sin pudor alguno Pedro Sánchez se atrevió a decir, aun no matizando en cuál de los dos sentidos interpretable lo manifestaba, que "hemos hecho historia". Con 20 escaños más Alfredo Pérez Rubalcaba tuvo la gallardía y la dignidad de renunciar a la Secretaría General de un partido llamado a gobernar.

Mariano Rajoy, como presidente de un Gobierno que se ha visto obligado a conducir la mayor  crisis económica de nuestra historia reciente, llevaba todas las papeletas para sufrir un profundo varapalo electoral. Máxime partiendo de un resultado anterior a todas luces irrepetible. Probablemente la crisis se veía más confortablemente desde las siempre cómodas bancadas de la oposición que desde el centro del ruedo,  pero pudiendo ello ser así, el gobierno del PP si ha cometido otros errores, de calado no tanto de gestión  económica y si más político durante esta legislatura. Le ha sobrado algo de soberbia propia de las mayorías absolutas no bien gestionadas. Y le ha faltado cintura política. Fina muñeca y mano izquierda para, desde una sólida posición parlamentaria, haber podido concitar más consensos de los que realmente se han producido. Vaya por delante que soy un convencido del "cainismo” de nuestra clase política dirigente, que a diario acreditan la sabiduría del sabio refranero español; "al enemigo ni agua". Ambos, PP y PSOE, “en el pecado llevan su penitencia” por no haber sabido poner fin  a una corrupción galopante. Los votantes se lo han hecho saber muy crudamente en las urnas.

Alcanzar la estabilidad política

En ese escenario, sólo se me antoja una solución que pasa por aceptar que, en general, lo mejor es enemigo de lo bueno y conveniente. A mi entender, España no se puede permitir truncar la senda de la incipiente recuperación constatada durante los dos últimos años de la legislatura concluida. Nuestro país precisa de una irrenunciable estabilidad que posibilite que la recuperación ponga fin a una crisis que sigue afectando a cientos de miles de españoles que viven en la desesperanza producida por una tasa de paro insoportable para cualquier sociedad moderna.

Esa solución exigiría de una generosidad y altura de miras nunca fáciles de imaginar en nuestros dirigentes y en los partidos políticos en los que militan. Por ello, lo bueno: un  pacto a tres entre PP, PSOE y Ciudadanos, debería ser prioritario por delante de lo mejor -pero no posible ahora-: una estabilidad parlamentaria natural conformada por parlamento sólido de centro-derecha o centro-izquierda.
Es obvio que esa solución, hoy compartida por muchos, tiene el riesgo de la brevedad desde su propia conformación. Pero aun así, la apuesta, por el interés general de España y de sus ciudadanos, merecería del esfuerzo de las tres formaciones llamadas a llevarla a la realidad.

Visto desde la perspectiva actual, la aprobación por el PP, tan criticada en su día por el resto de fuerzas parlamentarias, de los Presupuestos Generales del Estado para 2016, representa, al menos, una cierta estabilidad en materia de gestión económica, para el actual ejercicio. Ello permite aventurar que aun cuando el pacto a tres que se defiende pueda durar sólo un par de años, al menos durante ellos, habríamos conseguido la estabilidad, a la que no podemos renunciar, y enviado un cierto mensaje de orden y concordia a los mercados financieros a los que necesitamos como el agua para poder financiar nuestra elevadísima deuda. La recuperación podría consolidarse y la reducción del paro continuar la tendencia que hoy nadie discute.

¿Lo veremos?

¿Lo veremos? No será fácil, a pesar de lo necesario del mismo, que ese pacto vaya a tomar cuerpo y convertirse en realidad. ¿Por qué? La respuesta está en los personalismos y sus debilidades. Rajoy, Sánchez, e Iglesias   están anteponiendo sus intereses particulares por encima  de los intereses de España.
El primero, porqué desde su posición de ganador, a pesar de lo insuficiente de su victoria, se cree respaldado por los ciudadanos y legitimado para gobernar al ser la fuerza más votada. No menos cierto es que tampoco quiera pasar a la historia como el único presidente que no es reelegido para un segundo mandato. 

Pedro Sánchez, a su vez, se encuentra arrinconado en un cuadrilátero en el que está recibiendo golpes de dentro y fuera del ring. Cuestionado en su propio partido en el que no se han entendido bien ni el equívoco mensaje de la noche electoral, “hemos hecho historia”, ni el hecho de aquella misma noche postularse para ser reelegido Secretario General en un Congreso que no quiere que se celebre tan cercano a su estrepitosa derrota, como establecen los estatutos del partido. Se sabe finiquitado y está dispuesto a pactar con cualquiera que le lleve a su única salida, la presidencia de un gobierno inescrutable formado por todos los perdedores amalgamados en la sola ambición de expulsar al PP del poder.

Iglesias quiere hacer bueno, y suyo,  el viejo refrán de   “de a río revuelto ganancia de pescadores”. Ha sabido modular su discurso durante la campaña electoral y ha sido el verdadero “triunfador” de estas elecciones. Se ha situado a rebufo de un Partido Socialista al que confía fagocitar en el mar revuelto en el que España se ha posicionado tras el resultado de las urnas del 20-D. Es consciente de la fragilidad de Pedro Sánchez y de la posibilidad cierta de arrebatarle la hegemonía de la izquierda en una nueva convocatoria si ésta se produce con aquél como cabeza de cartel del PSOE. Ese riesgo de ver al partido como una fuerza marginal en el futuro es el que estremece a los barones socialistas que tiene claro ya que Sánchez no es el líder que pudieron imaginar rejuvenecería a la formación.  

Finalmente Rivera si aprende del resultado obtenido y sabe administrarlo y mantenerse dignamente en una oposición leal y madura, que, por otra parte le permita vertebrar un partido de futuro y de talento,  pueda llegar a convertirse en una opción de equilibrio para los dos grandes partidos nacionales que le asegure un  protagonismo político a medio y largo plazo.   
  
Consecuencias

La situación es ciertamente preocupante y exige de posicionamientos decididos y valientes. El PSOE es necesario para garantizar la estabilidad que nuestro país precisa. Si Sánchez la pone en riesgo y dinamita la opción del pacto a tres entre PP, Ciudadanos y ellos, será necesario, cuanto antes, cambiar de Secretario General. Un 2016, de nuevo año electoral, tanto en el conjunto de España, como en Cataluña, como parece irremediable pudiera suceder, sólo generará incertidumbre e inestabilidad y ambas cosas producirán unos efectos extraordinariamente perjudiciales para España y, sobre todo, para las clases sociales más necesitadas de un proyecto de futuro que acabe con el sufrimiento que vienen padeciendo desde hace más de un lustro.

Urge resolver, también y de manera definitiva, el caos en el que se ha convertido la realidad social de Cataluña y su relación con el resto de España. Políticos visionarios e iluminados como Artur Mas, sólo conducen a la cronificación y agravamiento de los problemas. Es inexplicable que la sociedad civil catalana no haya sabido transmitir a su clase política la necesidad de abandonar planteamientos imposibles que sólo sirven para que una región próspera vaya languideciendo en un sueño mesiánico liderado por un visionario, que desde que llegó al poder lo único que ha conseguido es calcinar todo aquello que ha tocado y cuya única obsesión es salvar sus muchas responsabilidades y las de sus mentores políticos que le precedieron en Convergencia y Unión.